lunes, 14 de marzo de 2016

RUTA POR ASTURIAS (PARTE I): MUNIELLOS

Los Reyes Magos me trajeron una libreta preciosa con un fin de semana motero (a disfrutar a lo largo de la vida, pero más vale pronto que tarde). Asturias es una zona que, como Cantabria, lo tiene todo, pero a lo grande: mucha costa, mucha montaña y paisajes de lo más variado. Además está muy cerca, lo que le hace subir enteros a la hora de pensar una escapada.

El primer problema que se planteó fue qué llevar. Si hacer equipaje para Ryanair ya es difícil, hacerlo para que quepa en una maleta de moto es misión imposible. IMPOSIBLE. ¿Qué va a pasar cuándo vayamos a Escocia? Al final metí cuatro cosas y las apreté bien dentro de una minibolsa de viaje. 

Nos pusimos en ruta antes de la hora prevista con una lluvia que no entraba en los planes. Por autovía hasta Oviedo. Parada en la BMW a comprar una lata de aceite. “Me ha salido tragona” comentaba F. al tipo del taller. Me pregunto si lo dice por la moto o por mí.

Enfilamos hacia el sur por la A-66. Una vez pasado Mieres, a unos 3 kilómetros, hay un pueblecito minero llamado Ujo (Uxo). De allí era mi abuela. Foto para la familia con cierto riesgo debido a un autobús que casi me lleva por delante… Culpa mía.

 
A la altura del puerto de Pajares ya nevaba y hacía un frío que pelaba. Parada a calentar el cuerpo en un restaurante de carretera y, al entrar, mis dos palabras favoritas del invierno: HAY CALDO.
 

 
Tengo que decir que es el caldo más rico (exceptuando el de mi madre) que he tomado por ahí. Y eso que el de Las Machorras también estaba muy bueno.

Una vez pasado Caldas de Luna abandonamos la autopista y salimos por la CL-626 hacia el oeste, ya en provincia de León, bordeando el embalse de los Barrios de Luna y en dirección a la zona de Babia.
 
 
A partir de Babia se hizo de noche y llovía a ratos. Reconozco que ese tramo se hizo largo hasta llegar a nuestro destino pasando por pueblos, alguno largo como Villablino, con todoterrenos por todas partes y semáforos eternos, puertos con nieve (Cerredo 1.359 m.), el alto del Campillo (1.078 m.) y, por fin, nuestro hogar temporal, al que tardamos un poco más en llegar por culpa de dos caballos apostados en medio de la carretera y que no se querían mover.

Total del día: 255 km.

El día siguiente amaneció nublado pero con buena temperatura; poco que ver con el día anterior que fue muy desapacible. Paseo por Sisterna para conocer el núcleo rural de acogida y planear la jornada.

El propósito del día era conocer la reserva de la biosfera de Muniellos, así que salimos hacia el oeste y tomamos la AS-212 con paisaje nevado de fondo. A 7 km. del hotel, parada a fotografiar una cascada del arroyo Pedracos que, por ser la primera, se alargó más que innecesariamente. ¡¡Así no llegamos!! En Cecos se toma la AS-348 que atraviesa Muniellos transversalmente. Nada más hacer el giro hay un área de descanso con un típico hórreo asturiano.
 
 
Lo que pasó a continuación fue como un sueño. Es una carretera para valientes o inconscientes. O ambas cosas. El asfalto es estrecho, no hay quitamiedos, ni casas, ni líneas de alta tensión. No hay nada de nada. No pasa nadie. Solo curvas y más curvas y árboles de apariencia prehistórica, cubiertos de líquenes y sin hojas. De lo más fantasmal. Da un poco de claustrofobia y parece que no se avanza, que no pasa el tiempo. Sólo de vez en cuando encuentras los palitos de las carreteras de montaña que en vez de ser blancos y rojos son amarillos.
 
 
Parada en el mítico puerto de Connio (como suena) de 1.315 m. Al bajar, pie que resbala, cámara que se golpea contra una maleta, objetivo que no responde. Después del shock inicial parece que reacciona un poco pero algo se ha roto para siempre. Decido que esto no me amargue el viaje ni las preciosas vistas que me rodean: un montón de montañas verdes y azules bajo un cielo con nubecitas.
 

 
 Una vez pasado el puerto el paisaje continua sin dar tregua, con la salvedad de que hay una edificación escondida en el bosque: es el Centro de Interpretación de la Reserva Natural Integral de Muniellos. Es una construcción de ladrillo bastante curiosa con cubierta vegetal, ventanas en forma de flecha y picos. Estaban cerrando, así que no entramos.
 
 
Alrededor del edificio hay un sendero que llega a un mirador con un pequeño refugio que te explica lo que estás viendo: una colección de picos con los nombres más variados que albergan colonias de osos que (afortunadamente) no encontramos.
 
¿Quién le pone nombre a las montañas?

Seguimos avanzando en dirección noreste por la AS-348 y salimos de la Reserva. Nos cruzamos con el primer coche en 70 kilómetros. Llegada a Ventanueva con intención de tomar algo en Casa José Antonio, pero José Antonio se había tomado el fin de semana libre así que tomamos la AS-15 hacia el norte. En La Regla (La Riela) se coge la AS-29 hacia el oeste. Nos cruzamos con la única moto del día. Hay muchos pueblecitos con casitas de piedra y tejados de pizarra a lo largo de la vía. A medio camino entre La Regla y San Antolín de Ibias está el Pozo de las mujeres muertas. El nombre es bastante macabro y hace que me vuelva a preguntar acerca de la nomenclatura de los accidentes geográficos.

La AS-29 es muy divertida, con muchas curvas y bien asfaltada así que casi sin darnos cuenta llegamos a San Antolín, con bastante hambre, debo decir. En el Restaurante Hermanos Leiguarda nos tomamos unos callos memorables y un arroz con leche de llorar (de rico). 

Después de llenar la barriga dimos una vuelta por el pueblo. San Antolín de Ibias parece un asentamiento normando, con una iglesia muy oscura y una edificación adyacente con una torre circular.

Vuelta a Sisterna con el culo un poco dolorido. Se me olvidó apuntar los kilómetros de la jornada.

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