miércoles, 10 de febrero de 2016

RAZÓN 12: TRESVISO (UNA RUTA ENTRE DESFILADEROS)

Otro fin de semana soleado en pleno invierno y la posibilidad de hacer una de las rutas favoritas de F. Yo, que me apunto a un bombardeo, no lo dudé.
 
Redesayuno tardío en Unquera (que no falten las fuerzas) y N-621 hacia el sur, dirección Potes. A los pocos minutos, primera parada: desvío a la derecha en El Mazo, ya en Asturias, en una pequeña señal que indica “Cueva La Loja”. Se deja el vehículo aparcado en el Centro de Interpretación y detrás de él se sitúa la cueva, que estaba cerrada y sin señal alguna de vida terrícola. Se puede ver algo con la linterna del móvil a través de la reja que la protege. Espero que tenga algo más de interés de lo que parece a primera vista.



Si se se anda un poquito siguiendo el cauce del Deva lo que se encuentra es un meandro estupendo con una pasarela colgada de la piedra y un par de escaleras de hormigón para tirarse al río. Al final del recorrido hay un pequeño refugio sin atractivo ninguno. Lo más bonito es el paseo viendo las praderías del valle.


Después de hacerle unas fotos a la moto para alimentar a la bestia retomamos la carretera hacia el desfiladero de la Hermida. Al llegar a Panes se toma la AS-114 en dirección a Cangas de Onís y se discurre por el que va a convertirse en uno de los tramos más divertidos que he disfrutado como paquete. Como buen cáncer, me encanta el agua (y la luna, pero eso no viene al caso) y los 23 kilómetros que hay entre Panes y Arenas de Cabrales lo tienen todo: río, montaña, curvas y una carretera maravillosamente conservada.

El primer gran gran descubrimiento fue el río Cares. Un río del azul turquesa más bonito, poco profundo, que discurre entre grandes cantos rodados. Por mí hubiéramos parado cada 100 metros, pero me lo apunto para hacer parte del camino a pie algún día.


Se pasa por varios núcleos de población pequeños. Uno de ellos es Mier: foto para mi padrino en recuerdo de sus antepasados.

Arenas de Cabrales huele a queso. Bueno, no es cierto, pero se me me hacía la boca agua al pasar por la cueva donde se curan esa delicia. Desde ese punto se toma la AS-264 hacia Poncebos, todavía a la rivera del Cares. A partir del puente de Poncebos se entra en otro pequeño desfiladero (CA-1), esta vez a lo largo del río Duje, con un par de puntos de interés paisajístico-etnográfico: una cascada y un pequeño molino a la orilla de un puente cubierto de hiedra.


Las montañas se van abriendo y cada vez entra más el sol. El paisaje es menos opresivo y al aire se calienta. Tielve queda suspendido en un alto y la carretera pasa por debajo. Es una pequeña Cuenca perdida en los Picos de Europa.


Parada en Sotres a tomar un refrigerio. El bar está lleno de senderistas y familias que han ido a pasar el día a la montaña en vez de ir al centro comercial (bien por ellos). Te hace recuperar la fe en la raza humana.

Seguimos por la CA-1. Se deja el desfiladero a media luz y se empieza a ascender por un típico ambiente de montaña. Abandonamos el Principado y volvemos a entrar en Cantabria. Desaparecen los árboles y desfilan prados verdes y picos escarpados. Carretera de montaña con palitos atléticos a los lados y quitamiedos de rollizos de madera.


Tresviso es un pueblo remoto; el invierno pasado se quedó incomunicado un mes a causa de la nieve. Como está siendo un invierno de lo más atípico no hay ni rastro de ella y parece octubre más que diciembre. No sé qué puede impulsar a una persona a vivir allí, a kilómetros del poblado más cercano, sin servicios de ningún tipo. Vale que es muy bonito, pero no lo entiendo.
 

Desde Tresviso sale una senda que lleva a Bejes. Los primeros 500 metros están pavimentados y conducen a un mirador con una mesita de madera y bancos que invitan a sentarse y disfrutar del panorama. En esta ruta se disfruta el camino, pero también el destino.
 

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