viernes, 19 de mayo de 2017

RAZONES 19 Y 20: LOS POZOS DE NOJA Y LA CATEDRAL DE MIERA

Los Pozos de Noja, como su propio nombre indica, no están en Noja, bueno, no están en ese Noja. Ya estaba despistada desde el principio. Es la curiosa costumbre cántabra de que haya pueblos con el mismo nombre: Renedo, Vega, Boo, Noja, etc. Pensé que iba a ser un paseíto por la costa viendo el mar, parando a ver calas y los (no muy famosos) pozos como destino final. No podía estar más equivocada.
 


Hace sol, calor, 24 grados a la sombra, unas nubes Simpson adornan el cielo….

 

Es el momento ideal para que F. estrene la mitad inferior de su traje de verano. Parada técnica en Solares. Un tipo se dirige a él con tono melindroso: “¿No tienes calor con ese traje?” Respuesta: “Es un traje de moto”. “Con ese traje me iba contigo en moto o a cualquier parte”. Vuelve rápido y azorado. Jajajajaja.
 

Desde Liérganes se coge la serpenteante CA-260 y, justo antes de pasar el puente que cruza al otro margen del río Miera, se toma el desvío a la CA-641 que indica Miera, Solana y Cueva de Sopeña. Se empieza a subir por una carretera que tiene las cunetas plagadas de flores moradas y amarillas. La primera parte de la subida está llena de curvas y de cabañas pasiegas, con la variante local de tener retazos de teja en la cubierta típica de piedra. Las vistas sobre el valle del Miera son constantes y espectaculares. Estamos a un paso de Lunada y el paisaje no tiene nada que ver con el puerto.

Valle del Miera

Cabaña pasiega con lajas de piedra y teja

Se pasa por un pueblo pequeño pero muy digno y con una iglesia descomunal que se ve desde el valle. No paramos y seguimos en dirección Cueva de Sopeña, que también dejamos atrás. Se llega a una curva de 180 grados con un pequeño altar con un santo o virgen, continuamos hasta que se acaba la carretera y empieza un camino de cabras no apto para todas las motos, ni para todos los culos. Está lleno de piedras, baches y charcos y sufro por las cámaras que van en la maleta. Mañana voy a tener agujetas en las piernas casi seguro. Un charco especialmente traicionero se convierte en un vadeo improvisado y nos ponemos de barro hasta arriba. Queda inaugurado el traje.


 
Y por fin, después de un pequeño alto y un giro a la derecha, se ve un paisaje que abarca desde la Magdalena hasta el Monte Buciero, y los Pozos de Noja, claro. Hemos tenido suerte y es un día despejado y sin bruma, con lo que el paraje ofrece todo lo bueno que tiene: al fondo, el mar; en segundo plano, los valles; a nuestra espalda, las montañas. Cuando llegamos hay allí una pandilla de chavales con un par de motos de cross. No sé de donde habrán salido porque el sitio habitado más cercano está a 5,5 km. Les hemos debido cortar el rollo porque se van nada más vernos: los de las motos, peñas arriba espantando a todo bicho viviente; los andarines, de vuelta a la civilización.


Los pozos son dos pequeños embalses artificiales que datan de principios del siglo XX, asociados a una pequeña central hidroeléctrica situada en la base del monte. Uno de los pozos está a pie del camino y es el más grande. Hay otro abajo, pero está más lejos de lo que parece, sobre todo si no has ido allí a andar. Si se quiere ver, hay una senda señalizada y perfectamente documentada en el mirador.
 
     
  
 
Me acerco a ver el embalse y, aunque no es muy grande, está lleno de renacuajos aleteando de aquí para allá. Ni rastro de mamá rana, pero cantan las cigarras.
 
         
 
Tras un rato de dispersión paisajística, acuática y fotográfica emprendemos el regreso, que por una vez va a ser por el mismo camino que el de la ida. O por lo menos ésa es la idea. No paramos a ver la cueva pero sí hacemos un alto en Miera para ver su “catedral”, que tan impresionada me dejó un rato antes. Dicen las malas lenguas que se construyó por orden encubierta de Carlos V, que dejó allí a un bastardo (presuntamente).
 
Catedral de Miera. Es bastante difícil sacarla entera en una foto.
 
Ya que hemos vuelto a pasar por los charcos, evaluamos el estado de barro de La Recu. Podría ser peor pero vamos a tener que darle un fregado.
 
 
Una salida muy sorprendente, con su ración de curvas, agua y fotos. Volveré y, la próxima vez, intentaré ver Sopeña.

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